Después de discutir con el diskjockey de turno, Francisca consiguió que pusiera el último tema de moda, Time of my life. Era indispensable, solo así podría bailar su versión de la película que no le habían dejado ver. Como le había pasado con Fama y Flashdance, la protección al menor le había impedido entrar al cine. Igual no le importaba, para cuando tuviera 18 seguramente ya sería actriz, cantante, modelo, bailarina o algo, algo que la hiciera famosa. Mientras tanto, se conformaba con que la miraran, para eso se había vestido así, tan linda. Sólo tenía que encontrar un buen público y brillar, qué mejor para dejar una buena imagen, antes de separarse de sus compañeros de séptimo, que bailar en el asalto de su mejor amiga.
En cambio, la anfitriona gozaba de menos entusiasmo. La pubertad le estaba enseñando que las notas altas no impedían la aparición del acné y que los corpiños con relleno eran una mala idea en días de lluvia. Los dueños de casa confundían la melancolía adolescente con la depresión y accedieron a que Marianita consiguiera organizar una reunión que, con sólo dos horas de anticipación, había logrado convocar a unos 20 preadolescentes desbordantes de energía. Era viernes y el cansancio de una semana de trabajo se percibía en las ojeras de la madre y la llegada del verano se notaba en la frente del padre. Pero ambos querían compensar la belleza que no le habían dado genéticamente con la posibilidad de fomentar su personalidad entre su grupo de amigos.
La casa era inmensa, primer piso, terraza, galería, sótano y jardín, aunque a simple vista estaba vacía. Sólo Francisca, el diskjockey y un montón de papas fritas húmedas se habían quedado en la sala de estar que lindaba con la galería. Sin público al cual sorprender, la coreografía minuciosamente preparada no tenía sentido. Indignada por lo que había tardado en conseguir la música fue a buscar a sus compañeros. Los encontró en el fondo del jardín, donde apenas si la luz de los faroles lo dejaba verse las caras. Estaban a punto de empezar a jugar a la mancha, aunque adaptada a los nuevos intereses a los que las hormonas los invitaban. Era el turno de las chicas. Las chicas atrapaban a los chicos y, una vez bajo su poder, los llevaban a “prisión”. La escena era digna del reino animal, chicas corriendo prácticamente en celo en una única dirección: Facundo González Aráoz. Mientras tanto, había unos diez varones revoloteando alrededor esperando ser atrapados, sin ninguna suerte. Más que nunca la teoría darwiniana se imponía, y sea de un brazo, un mechón de pelo o el dedo meñique, todas las chicas, excepto una, se encargaban de llevar al mejor ejemplar del sexo masculino al rincón.
Francisca miraba indignada, no entendía cómo sus compañeras podían ser tan patéticas. Dio media vuelta y empezó a juntar las sillas desparramadas, mientras, reflejada sobre los cristales de la puerta, se miraba de reojo la chomba rosa que había elegido con mucha anticipación. Lista la tarea de acomodadora, se dio cuenta de que seguía sola.
Esta vez dejó de ser espectadora y encaró hacia el jardín, la mancha sexual ya había terminado, pero se encontró con una especie de asamblea. Mariana repetía una y otra vez una lista de nombres. A su lado, Facundo miraba al piso algo incómodo.
—Caro, Mechi, Cami, Ceci, Juli, Sabri y Panchi —dijo de memoria.
Al oír su nombre, Francisca , que odiaba que la llamaran Panchi, irrumpió en la ronda y preguntó a los gritos:
—¿¡Qué pasa conmigo!?
—Facu gusta de vos. Sos una de las siete de la lista —respondió con la mayor entereza que pudo la dueña de casa, que se había encargado de resolver el problema de la última semana: de quién estaba atrás el más lindo del grado.
Después de escuchar la respuesta, entre vergüenza y alegría trató de separar del grupo a Mariana para entender lo que había pasado. Estaba vez quería estar segura, ya le habían dicho una vez lo mismo, “Facu está atrás tuyo” y ni bien amagó a sonreír, se dio cuenta de que era una joda, había mirado hacia atrás para ver que ahí estaba, literalmente detrás suyo. Pero Mariana no tenía ganas de hablar, sentía que se había sacrificado por el bien de todas una vez más, como siempre pasaba con la tarea, y aunque su nombre no estaba en la lista, al menos el problema estaba casi resuelto. Ahora él solo tenía que elegir.
De a poco la fiesta volvió a la galería y a la sala de estar y Facundo, que pasó de la timidez a la soberbia de manera sospechosamente rápida, hizo su primer movimiento de líder indiscutido. Se acordaba muy bien de las lecciones de su hermano: “comé chicle para el aliento, no las pises y apretá lo más que puedas”. Además le había recomendado que pidiera “Love of my life de Queen, que aunque es medio viejita nunca falla”. Después le dijo algo como “para el forro igual te falta”, pero Facundo prefirió hacerse el que no había escuchado la puteada porque sabía que, más adelante, iba a tener que hacerle más preguntas.
Al menos en la teoría, el plan estaba listo. Sólo quedaba sacar a bailar a la primera, no importaba a cuál, él sabía que todas iban a decir que sí.
Francisca seguía pensando en las últimas novedades y se había olvidado de su plan mediático, después de todo ya se sentía en parte famosa. Sin embargo, desde que había llegado al asalto era la diversión de muchos. El jopo todavía estaba armado, el maquillaje, más bien la sombra y el brillo, no se le había corrido, pero había ido sin pantalones. Su prima mayor y preferida le había dicho que era sexy que se pusiera la chomba, que total le quedaba larga, que la podía usar como vestido, que con un cinturón llamativo estaba lista para matar. Y nada es más sagrado que las palabras de un ídolo, ni siguiera el sentido común.
Al empezar los lentos, único motivo por el que habían ido los varones, Facundo hizo un paneo general y no dudó en avanzar con la que tenía menos ropa. “Cuanto más piel más puta”, también le había dicho su hermano. Estaba claro que eligiéndola a Francisca iba a quedar re canchero frente a sus amigos. Tanto se entusiasmó con la idea, que mientras bailaba con ella imaginaba que sus amigos adelantaban un poco el disco de Queen, le ponían We are the champion y le pedían consejos para levantarse chicas.
En cambio Francisca estaba en otra órbita. Algo le decía que las cosas no estaban marchando bien. Sentía que la chomba que usaba como vestido se le encogía a medida que pasaban las horas y que estaba en medio de una situación que no podía manejar del todo. Para peor, Facundo apretaba y apretaba, sin ningún límite más que la materia en sí. Eran los únicos en la pista. Mariana hervía de furia, hablaba sola sin darse cuenta, en un tono que para su suerte la música llegaba a tapar.
—¡Para qué mierda la invité! Encima lo convenzo a Facu para que confiese… ¡Ah, no! Y seguro que ahora me eligen de madrina de sus hijos.
Lo único que pensaba Francisca era que su cuerpo no estuviera en contacto con el de nadie. La pubertad le había moldeado la figura, pero su mente todavía no había alcanzado la misma madurez. Juntó coraje e intentó separarse y terminar con el lento. Pero Facundo no estaba dispuesto a perder protagonismo y el forcejeo empeoró, a tal punto que, gracias a un pie intencional, terminaron en el suelo.
Los gritos llegaron hasta el living, donde acababa de entrar el papá de Francisca que había llegado temprano para charlar de negocios con el dueño de casa. No hubo tiempo ni para servirse un whisky, salió corriendo en dirección a la galería. La imagen era su peor pesadilla, su princesa inmaculada estaba semidesnuda tirada en el piso enredada con un potencial abusador bajo la mirada un montón de mocosos degenerados.
—¿¡Qué le haces a mi hija!!?? ¿¡Dónde está su ropa!!?? ¿¡Qué carajo es todo esto!? —preguntó totalmente exasperado.
Las explicaciones no lo convencían, no concebía la idea de que su hija se hubiera presentado así por voluntad propia. No, era imposible. Más le insistían, más se enfurecía. La única solución era vengar a su hija y con ese propósito fue derecho a Facundo. Un malón de chicas histéricas se le interpuso como si el último hombre del planeta fuera a extinguirse. El chillido generalizado era insoportable. De un momento a otro llegó el silencio, que duró solo un instante y fue interrumpido por una risita macabra que Mariana no pudo, ni quiso, contener.
(Cuento basado en recuerdos de mi infancia en Brasil, publicado en la Antología «Lo que no salió en las fotos»)